Un nuevo estudio, llevado a cabo por investigadores de la NASA, muestra que un compuesto clave que destruye el ozono, llamado tetracloruro de carbono (CCl4), resulta sorprendentemente abundante en la capa de ozono.
Muy alto, arriba de la Tierra, a más de 32 kilómetros por encima del nivel del mar, una diáfana capa de ozono rodea a nuestro planeta, absorbiendo los rayos UV energéticos del Sol. Es, esencialmente, una pantalla solar para el planeta Tierra. Sin la capa de ozono, una peligrosa radiación nos bañaría diariamente, con efectos colaterales que irían desde las cataratas hasta el cáncer.
La gente estaba comprensiblemente alarmada en la década de 1980 cuando los científicos observaron que los químicos fabricados por el hombre, presentes en la atmósfera, estaban destruyendo esta capa. Los gobiernos rápidamente pusieron en vigencia un tratado internacional, llamado Protocolo de Montreal, con el fin de prohibir los gases que destruyen la capa de ozono, como los clorofluorocarbonos (CFC) que luego se encontraron en latas de aerosoles y en acondicionadores de aire. El 16 de septiembre de 1987, firmaron el tratado las primeras 24 naciones; desde entonces, 173 más se han adherido.
Nos adelantamos ahora 27 años. Los químicos que afectan el ozono han disminuido y el agujero de ozono parece estar convaleciente. La Organización de las Naciones Unidas afirmó que el Protocolo de Montreal es “el tratado más exitoso en la historia de las Naciones Unidas”. Sin embargo, a pesar del éxito de dicho protocolo, algo no está del todo bien.
Un nuevo estudio, llevado a cabo por investigadores de la NASA, muestra que un compuesto clave que destruye el ozono, llamado tetracloruro de carbono (CCl4), resulta sorprendentemente abundante en la capa de ozono.
“Se supone que no deberíamos ver esto”, dice la científica atmosférica de la NASA, Qing Liang.
Entre los años 2007 y 2012, los países del mundo informaron cero emisiones de CCl4, a pesar de que las mediciones llevadas a cabo por medio de satélites, globos meteorológicos, aviones y sensores con base en la superficie, cuentan una historia diferente. Un estudio dirigido por Liang muestra que las emisiones de CCl4 en todo el mundo alcanzan un promedio de 39 kilotones por año, lo cual es aproximadamente el 30 por ciento de las emisiones pico registradas antes de que entrara en vigencia el tratado internacional.
En la década de 1980, se hicieron famosos entre el público en general los clorofluorocarbonos. Como el agujero de ozono se agrandó, la sigla “CFC” se convirtió en una palabra familiar. Sin embargo, menos personas han oído hablar del CCl4, que alguna vez se utilizó en aplicaciones como la limpieza en seco y los extinguidores de incendios.
“No obstante”, dice Liang, “el CCl4 es una de las principales sustancias que afectan al ozono. Es el tercer compuesto antropogénico más importante que afecta al ozono, después del CFC-11 y del CFC-12”.
Los niveles de CCl4 han estado disminuyendo desde que se firmó el Protocolo de Montreal, sólo que no tan rápidamente como se esperaba. Con cero emisiones, su presencia debería haber disminuido un 4% por año. En cambio, la disminución ha estado más cerca del 1% por año.
Para investigar la discrepancia, Liang y sus colegas tomaron los datos correspondientes al CCl4, reunidos por la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration, en idioma inglés, o Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, en idioma español) y por la NASA, y los ingresaron en un programa de computadora de la NASA, llamado 3-D GEOS Chemistry Climate Model. Este sofisticado programa toma en cuenta la manera en la cual la radiación solar destruye el CCl4 en la estratosfera así como la forma en la cual el compuesto puede ser absorbido y degradado por el contacto con el suelo y las aguas de los océanos. Las simulaciones tomadas como modelo apuntaron a una fuente de corriente de CCl4 en desarrollo no identificada.
“Parece que ahora hay derramamientos industriales no identificados, o bien grandes emisiones desde sitios contaminados o fuentes desconocidas de CCl4”, dice Liang.
Otra posibilidad es que todavía no se comprenda por completo la química del CCl4. Reveladoramente, el modelo mostró que el CCl4 permanece en la atmósfera un 40% más de tiempo que lo que se pensaba con anterioridad. “¿Hay algo en el proceso físico de pérdida del CCl4 que no comprendemos?”, se pregunta.
Todo esto agrega misterio a lo que sucede con la capa de ozono.
La investigación que llevó a cabo Liang fue publicada en línea en la edición del 18 de agosto de Geophysical Research Letters. Allí se puede hallar más información sobre el CCl4.