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miércoles

La agroindustria cuestionada

Dioxina en los huevos en Alemania, leche en polvo mortal en China, carne infectada con la “enfermedad de las vacas locas” proveniente de Gran Bretaña. El sistema de producción de alimentos provoca escándalos hace años.


Si se pregunta al consumidor cómo se ve una granja, la imagen que dará será idílica. La realidad es otra: una granja es ahora más bien una fábrica de animales en donde lo importante es alimentarlos de tal manera que pronto se los pueda llevar al matadero. Con estas prácticas no es de extrañarse, que aparezcan dioxinas en el pienso de los animales. En el propio sistema agroindustrial hay algo que no marcha bien”.


Efectivamente, hay algo que no está funcionando, concuerda Benedikt Haerlin, de la Zukunftstiftung Landwirtschafts (Fundación para el Futuro de la Agricultura). Con la creciente industrialización, el camino entre el agricultor y el consumidor es cada vez más largo y menos transparente. El consumidor sabe muy poco acerca de la procedencia de sus alimentos, de cómo fueron producidos y mucho menos acerca de qué insumos fueron utilizados en el proceso.


“La industria invierte miles de millones en conducir al consumidor hacia comportamientos alimenticios erróneos. La publicidad de alimentos es, en el fondo, una propaganda de alimentos poco saludables”, recalca Haerlin.


A este respecto, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, el 60 por ciento de las muertes a nivel mundial se origina en enfermedades no contagiosas, muchas de ellas determinadas por la alimentación: dolencias cardiovasculares, diabetes y sobrepeso. Un consumo exagerado de carne, de fast food y de platos instantáneos y congelados es una de sus principales causas.


La industria le echa en cara a los consumidores el no estar dispuestos a gastar más por mejor calidad. Los consumidores le echan en cara a los agricultores el trabajar con insumos dañinos, con hormonas y antibióticos nocivos para la salud.

“Los patrones de consumo no provienen del consumidor; están determinados en primera línea por un modelo mercantil. Se originan en la agricultura industrial, que produce unos pocos productos básicos muy baratos; del valor agregado se encargan las fábricas a través de aromas y sabores artificiales. Este modelo es muy cuestionable”, opina Haerlin.


De cuestionar la gestión de los alimentos se encargan cada vez más consumidores y cada vez más científicos. Entretanto está claro que la agricultura industrial tiene un efecto inmensamente dañino en el medio ambiente y en el clima. Al cambio climático aportan las emisiones de gases de efecto invernadero –como el metano proveniente de la ganadería y de la quema de áreas forestales para ganar terrenos cultivables. Además, los pesticidas y los abonos químicos apestan ríos y aguas profundas. Y como si fuera poco, los productos de la agricultura industrial son dañinos para la salud.


Algo habrá que hacer, estamos necesitando un cambio, tal vez deba comenzar por nosotros, hay alimentos orgánicos, elaborados naturalmente sin alterar su propia naturaleza, quizás sea un comienzo.

Fuente DW.


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